domingo, 1 de mayo de 2011

La luz al final del túnel...

Fueron 140 días de vida. Nos ilusionaron y nos decepcionaron. Si hubiese vivido habría sido el más pequeño que nunca antes hubiésemos hecho sobrevivir. Pero ¿a qué costo? ¿Era justo para él y para sus padres padecer constantemente de insuficiencia respiratoria, con tal grado de devastación de sus pulmones, infectándose y reinfectándose permanentemente, dependiente en todo momento de una máquina para vivir con una permanente e intrínseca debilidad en sus músculos respiratorios, con repetidas paradas cardiacas y reanimaciones concomitantes?

Su muerte nos llenó de devastación y hasta de pesimismo. Como siempre pasa en estos casos, no dejamos de preguntarnos si pudimos hacer algo más o algo mejor. Y nos consolamos, tal vez inútilmente, pensando que con este colofón cesan sus sufrimientos (aunque, lo más probable es que sean los nuestros los aliviados). Nos sentimos tan llenos de remordimientos y de preguntas sin responder o que no tienen respuestas como el Juan Pablo Castel de El Túnel de Sábato que también acaba de morir (aunque él si de vejez, como debería ser el destino de todos los niños que cuidamos).

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