miércoles, 28 de mayo de 2014

La inversión social V

Como trabajadores de un servicio de una unidad operativa del Ministerio de Salud Pública, con frecuencia, no participamos en las tomas de decisiones del nivel central las mismas que suelen resultarnos ajenas y distantes y de las que tan solo, las más de las veces, experimentamos sus efectos.

En ese sentido, nos ilumina poderosamente conocer el destino que se le da a parte de la inversión económica del estado que ahora hace en salud. Mirar, desde lejos, la creación o ampliación de hospitales, centros de salud y el equipamiento o potenciación de áreas hospitalarias ya existentes nos produce una sincera y positiva emoción. También nos emociona, aunque probablemente no sea este un sentimiento positivo, cuando le damos una mirada al viejo Enrique Garcés, a ese hospital del sur de la ciudad de Quito que tiene la costumbre de trabajar sin protestar, cerrando la boca y apretando los dientes.

Si, en cualquier momento, hacemos una pequeña revisión de su infraestructura rápidamente nos viene a la mente el riesgo permanente de colapso de sus cañerías, desagües e instalaciones eléctricas (que, más de una vez, nos meten un susto). Si accedemos al área de Emergencia nos constará su enorme sobresaturación de usuarios y así, por el estilo, si desglosamos a cada uno de los servicios y áreas. En este contexto, un repaso, aún superficial, de sus cifras, nos sorprenderá con sus niveles de cumplimiento y con estadísticas equiparables a muchas otras unidades operativas, cotejables (y a veces con ventaja) inclusive con servicios de salud privados o de la seguridad social, militar o policial.

En cambio, en lo personal, con más frecuencia de la que me gustaría experimentar, he sentido la enorme desmotivación que produce negarse a recibir más niños o embarazos de alto riesgo (en ocasiones rechazamos a 10 ó 12 niños o gestaciones por día). Esta dolorosa situación hasta me ha hecho replantear la verdadera motivación y vocación que me llevó a elegir la Medicina y, después, el cuidado de recién nacidos no como una profesión ni como una especialidad, sino como una forma de vida que me marcaría definitivamente y para siempre. En momentos como esos (pero también después), me viene a la mente una retrospectiva de mi aventura en este hospital: el pequeñísimo cubil en que empecé a trabajar hace casi 14 años; la forma en que bregamos con ese proyecto de Hospiplan que nos adecuó este pequeño lado del ala norte del tercer piso en que trabajamos ahora y como casi todo el diseño fracasa por la falta de sustento arquitectónico de la terraza anexa; el proyecto posterior, que nos costó como dos mil dólares, para readecuar esa misma terraza y ampliar la Unidad (dinero que conseguimos donado y que, en buen romance, botamos a la basura); los casi dos años que empleamos diseñando y rediseñando el famoso PMF (Programa Médico Funcional) para que se apruebe de dientes para afuera, al mismo tiempo en que se lo desechaba; el dinero que supuestamente existía para esa ampliación procedente del préstamo de origen chino que se perdió o no se usó a tiempo o nunca lo hubo (dudo que algún día sepamos que pasó en verdad); la enorme congestión de la Unidad de Neonatología, con los inminentes riesgos de infecciones cruzadas por gérmenes multiresistentes, que supera todos los estándares internacionales y que seguramente hará sonreír a muchos trabajadores de neonatologías de otras partes del mundo; la llegada sorpresiva de equipamiento que nunca hemos pedido, cuyas especificaciones técnicas las diseñan con seguridad en sitios en donde nunca van a manejar a un recién nacido y que tenemos que aceptar si o si, hasta el punto de obstruir el paso por los pasillos y corredores de la misma Unidad; los equipos cuyas especificaciones sí hemos considerado nosotros y que sí hemos pedido (al menos los últimos cuatro años, como el enfriador cerebral) y que nunca han llegado; la elaboración de los famosos programas operativos anuales y de compras en los que nos desgastamos semanas y semanas para que, a la final, se compre con criterios históricos (en el mejor y supuesto de los casos); nuestro progresivo envejecimiento en la desgastante actividad administrativa y la aparición, cada vez más frecuente, de enfermedades (sorderas, lumbalgias, neumonías, estrés) en los usuarios internos sometidos a un ambiente acústico y lumínico agresivos, con enormes variaciones térmicas ambientales (se han medido temperaturas entre 12 y 36°C en algunos ambientes de hospitalización de la Neo en el mismo día, en el curso de pocas horas), sin recirculación de aire y con oclusión de los corredores de salida para Emergencias (cuyas puertas, por otro lado, no se abren bien y solo dejan un pequeño espacio para pasar).

En este contexto, tal vez adivinamos que el enfoque central de las autoridades es descongestionar al Enrique Garcés por la vía de la edificación de nuevas unidades operativas (maternidad de Nueva Aurora, Hospital Docente de Calderón) en los extremos de la ciudad o a través de la repotenciación de una ya existente al norte como el Hospital Pablo Arturo Suárez. Pero, claro, en el interludio siempre podríamos (mientras trabajamos) dar una miradita al entorno y preguntarnos, ¿qué hay con el Enrique? ¿No nos merecíamos la ampliación de la Emergencia, de la Unidad de Cuidados Intensivos de Adultos, la creación de la Unidad de Trauma para al Sur de la ciudad, la reubicación del Servicio de Imagen, la reubicación del Laboratorio Central y la ampliación de la Unidad de Neonatología en un proyecto grande como aquel en que ya se trabajó y que nadie oficialmente nos ha dado una explicación delicada y fehaciente de por qué no se hizo y por qué no se va a hacer?

Mientras esperamos que la descongestión venga desde afuera, tanto la congestión como la sobresaturación seguirán al mismo (o peor) ritmo que el agotamiento y desbordamiento del personal, dejando cundir esa abrumadora sensación de desilusión que ahora expreso.

Fernando Agama C.
Unidad de Neonatología del HEG,
Quito, 28 de mayo del 2014, 14:29.

 
Fuente: Servicio de Estadística del HEG.


La inversión social IV

Editorial publicado en DIARIO EL COMECIO, Quito, 28 de mayo del 2014.

Preocupación entre los usuarios de los servicios médicos del IESS y del sistema público de salud causó el comunicado de la Asociación Nacional de Clínicas y Hospitales Privados, en el cual se anunciaba la imposibilidad de continuar ofreciendo sus servicios debido al retraso en los pagos, tanto desde el propio IESS como desde el Ministerio de Salud Pública.

Este servicio prestado desde las entidades privadas ha resultado sumamente útil para descongestionar la atención médica en el sistema público, debido sobre todo a la ampliación de la cobertura.

Desde hace varios meses se ha advertido la publicación de estos comunicados, que reclaman el pago de este servicio, con el argumento de que las clínicas y hospitales privados necesitan liquidez para mantenerse operativos. Sus directivos llegan a hablar de una grave crisis financiera, que les impide pagar tanto a proveedores como a profesionales y, por ende, a seguir su colaboración.

El Ministerio argumenta que se han cumplido los acuerdos, con desembolsos que cubren más del 70% de las cifras adeudadas entre el año pasado y el actual, y ofrece desembolsar el resto de la deuda hasta julio. Y desde el IESS se señala que el tema se está negociando permanentemente con las clínicas.

Ya se trate de amenazas injustificadas o de comunicados desleales, como los definen las autoridades, o de un pedido razonable, como sostienen las clínicas privadas, es imprescindible que se hagan todos los esfuerzos para que este importante servicio continúe.


Comunicado de la ACHPE publicado en algunos órganos de prensa del Ecuador el día domingo 25 de mayo del 2014